DUELO DE LÁPICES


Para amenizar mis cincuenta y tantos, dado que no soy de burdeles, ni de clubes de solteronas decidí engañar a mi mujer con una curvilinea muchacha colombiana. Tomé papel y lápiz y me puse manos a la obra. Mi mujer, escritora como yo, leyó por casualidad la citada noche de pasión, y con el despecho y la habilidad de saber como joder, esa noche se acostó en mi mismo papel con otro mucho más joven y guapo que yo. Ante tal osadía de llamarme cornudo sin rodeos, dolido por la maldad del acto más que por los seis orgasmos que le profirió el buen mozo, decidí de las infinitas posibilidades jugar con un trío de mujeres multiétnico (pues dicho sueño llevaba tiempo rondando mi cabeza). Supongo que cuando lo leyó le entraron los mil males, y lo de detallarme en el siguiente pasaje como se lo hizo con los del club de ajedrez (tan blanquitos, tan insulsos, tan poca cosa, tan como yo) resultó de lo más ruin que me podía haber imaginado. Por ello, dado que la sencillez siempre es más redonda, advertí que volver desde la nostalgia con mi exnovia sería un golpe a la altura de tan dura contendiente. Me hicieron falta doce páginas acompañadas de llamadas a deshora, diversos juguetes sexuales, comida variada, y una fuerza adolescente. Aunque lo intenté con las fantasías más dispares, finalmente (muy a mi pesar), ganó ella. El último golpe por KAO y con una frase le sobro: "Estoy con Paco (tu mejor amigo). No es prosa, es sexo."

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